miércoles, mayo 28, 2008

El presidente impopular

O un comportamiento actoral deslucido

 

Quien no quiere pensar es un fanático;

quien no puede pensar es un idiota;

quien no osa pensar es un cobarde.

Francis Bacon

 

 

Como referencia cronológica en otro texto escribí que Felipe Calderón nació en la época en la que el presidente de México era Adolfo López Mateos. Por razones de espacio no señalé que don Adolfo era muy popular, tan popular que no se inhibía para fumar en público y asistía tanto a corridas de toros como a peleas de box. Es decir, no tenía empacho en rozarse con la gente. Eso no me lo contaron pues, siendo yo un adolescente, tuve la oportunidad de presenciar las manifestaciones de cariño que la gente le mostraba. Sus discursos podían ser al aire libre o en espacios cerrados y lo hacía sin temor alguno ante multitudes. Era inimaginable que el público presente lo abucheara, le chiflara, y mucho menos que le reprochara algo. Con ello no quiero decir que don Adolfo haya sido una blanca paloma, pues tuvo lo suyo, como la represión a los ferrocarrileros. Lo que quiero resaltar es que el pueblo de México estaba unido con su presidente, y éste con aquél. La Enciclopedia Libre, Wikipedia, lo asienta de la siguiente manera:

 

"Nadie ha sido tan universalmente estimado como el ex presidente López Mateos. Al general Lázaro Cárdenas lo quería el pueblo campesino y el obrero, pero no las clases medias. Sin embargo, a López Mateos terminó por quererlo casi todo el mundo. Su sexenio no había sido tan blanco como el de Cárdenas ni tan honesto como el de Adolfo Ruiz Cortines, pero fuera de los gremios sindicales y campesinos que había golpeado, el pueblo tenía poco que reprocharle. Su palabra, su sonrisa, su naturalidad, su temple bohemio, sentimental, igualitario, su calidad humana, la buena administración de su gabinete hacendado[1] (sic), los logros diplomáticos, el lugar de México en el mundo, le daban el campeonato presidencial. En cierta ocasión, pese a que estaba enfermo, a López Mateos se le ocurrió deambular por la Alameda: un bolero lo reconoció, otros le solicitaron autógrafos y, a las puertas del famoso restaurante Sanborns, no pudo entrar por que lo seguía una verdadera manifestación. Ésta era una muestra del afecto que el pueblo tenía hacía el popular ex mandatario."

 

Tengo la absoluta seguridad de que Calderón jamás será recordado de esa forma. Hoy en día nadie apostaría, mil contra uno, diez mil contra uno, a que el ciudadano Felipe fuese a pie a la Alameda para "darse bola". ¿Quién se imagina al señor Felipe de pié saludando al respetable público en la Arena México antes de ver que par de sudorosos púgiles se den de moquetes? ¿Quién lo imagina sentado en la plaza de toros con un cigarro en una mano y un vaso de cerveza en la otra? Imposible. Muy difícilmente se podría afirmar que Calderón será un presidente popular, mucho menos uno querido por obreros y campesinos. Lo querrán, quizás, las clases medias altas, los profesionistas independientes, y sin duda serán las élites económicas quienes más afiliados se sentirán con él y quienes más agradecimiento le mostrarán.
 
Pero, ¿por qué Felipe de Jesús Calderón Hinojosa no está siendo un personaje popular en el ámbito nacional? Para responder debo remitirme al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pues la palabra popular tiene varias acepciones, seis para ser precisos. De ellos, el que deseo destacar aquí es que alguien es popular cuando se considera que es estimado o, al menos, conocido por el público en general. Así, debemos aceptar el hecho de que Calderón es popular porque es conocido. Pero también debemos admitir que no es popular porque no es estimado, mucho menos querido o admirado por la gran mayoría de la población, salvo por quienes hemos mencionado en el final del párrafo anterior.
 

Por otro lado, ¿usar sombreros y atuendos huicholes, coras o chamulas, le concede popularidad a Felipe Calderón? Yo digo que de ningún modo. Al contrario —para usar una palabra de moda—, mi óptica es que sucede todo lo contrario. Hacer tal cosa es una absoluta falta de respeto para esos pueblos indígenas. Ya lo dijo en su oportunidad el nunca bien ponderado general Lázaro Cárdenas, que él asistía a los pueblos anfitriones vestido como lo hacía cotidianamente. Por lo tanto, a nadie se le ocurriría pedirle al jefe huichol, por ejemplo, que cuando visitara al presidente de la República en la capital del país, se vistiera a la usanza citadina. Es decir, con un traje de casimir, camisa almidonada y corbata, amén de calzar zapatos lustrosos y luego firmar algún acuerdo con una pluma Mont Blanc. No, de ninguna manera nadie sugeriría tal absurdo. Sin embargo, los creadores de imagen de personalidades públicas, sin pudor ni recato alguno lo hacen con Felipe Calderón, y éste, sin ningún decoro adopta —si no es que alienta, lo que resultaría perverso— un comportamiento propio, pero muy fallido, de un actor.



[1] Supongo que debe decir hacendario, es decir el gabinete relativo a la hacienda pública.

 

Enviado por Eduardo Moreno Cruz

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