Cuando el DF se quitó la ropa La Jornada On Line El 6 de mayo, la Ciudad de México despertó para darse cuenta de que estaba completamente desnuda. Y de que estaba contenta con ello. 18 mil personas lograron romper el récord anterior impuesto por Barcelona, cuando siete mil hombres y mujeres se desnudaron para el fotógrafo Spencer Tunick. Las vallas que cerraban el Zócalo del DF se abrieron a las cuatro, adelantándose a la hora marcada. Los que entraron por 16 de Septiembre pasaron ante la mirada divertida de los asistentes a una boda en uno de los salones de la zona. La gente llevaba una prisa contenida y una duda: ¿qué pasará con la ropa? Ante ellos, el Palacio Nacional esperaba, enorme y majestuoso. Sobre la calle que bordea la plancha del Zócalo por el oeste empezó a acomodarse la gente. Los voluntarios de la organización ordenaron a los asistentes en secciones, y durante las próximas dos horas hicieron lo posible por ponerlos lo más juntos posible. La entrada había desbordado todas las expectativas y hubo que recorrer a la gente una y otra vez, condensar la masa en donde se pudiera. La tensión de la espera, con el Zócalo tan cerca, hizo aflorar los recelos y resentimientos de una de las ciudades más desiguales del mundo, de una de las que mayor violencia social acumula. Recordando que en México la oscuridad de la piel es inversamente proporcional a la clase social, a la voluntaria rubia que intentaba mantener sentada a la multitud le llovían los gritos: "¡Güera! Si yo me muero, ¿quién te encuera?" Un grupo de gays de la ciudad de Puebla, al oriente del país, gritaba a un compañero que no aparecía –un tal Israel– y comenzaron las recriminaciones. Uno de ellos tenía la cabeza completamente rapada y unos pantalones tan cortos que dejaban ver media nalga. Desde lejos le llegó el insulto: "¡Maestro Limpio es puto!" Algunos cedieron ante el sueño y un tejido de cuerpos se formó en el piso: recostados el uno sobre el otro, dos docenas de chicos dormían. Otros formaron corrillos y mataron el tiempo fumando y tratando de entender qué iba a pasar. "¿Dónde nos van a poner?" "¿Cuántos calculas que somos?" "¿Dónde van a poner nuestras cosas?" Poco después de las seis de la mañana, comenzó el evento. "La ropa pónganla en las bolsas de plástico" que se recomendó que la gente llevara; "memoricen dónde están parados, porque ahí dejarán todas sus pertenencias"; "en un momento Spencer explicará qué hay que hacer", gritó un megáfono, multiplicando las expectativas. Al fin, sobre las seis y media, desde una grúa que se desplazó al Zócalo se escuchó la voz de Spencer Tunick. "Hoy es un gran día para la Ciudad de México y un día triste para Barcelona", dijo el fotógrafo neoyorquino, confirmando lo que ya se sabía: el DF rompió el récord impuesto por los catalanes. Los aplausos fueron ensordecedores. Tunick anunció la dinámica del evento: serían tres series de fotos. La primera, sobre la plancha del Zócalo. La segunda, sobre la calle 20 de Noviembre. La tercera era sorpresa. Las posiciones se anunciarían desde el balcón del hotel Majestic. "Ahora sí: fuera ropa", dijo el fotógrafo con voz sonriente. La algarabía resonó contra el Palacio Nacional y la Catedral, cuando 18 mil personas se deshicieron de sus prendas y dejaron sus pudores en el suelo. El desnudo que unifica y la consigna transformada "Estamos en una carrera contra el sol", explicó Tunick. Las fotos debían tomarse antes de que el astro pusiera el Palacio Nacional en contraluz y echara a perder la imagen, así que los asistentes se apresuraron. "Cada uno debe ocupar uno de los miles de cuadros" que se dibujan en la plancha del Zócalo, así que al momento se formaron cientos de pasillos de cuerpos desnudos. A lo extraño de las imágenes que pueblan la ciudad su sumó desde entonces la desnudez de una que quedó grabada en 36 mil retinas: con la azotea del Palacio Nacional haciendo de horizonte, se extiende sobre la plaza un bosque de cuerpos que sonríen y tiritan. No importaron géneros ni colores: senos, piernas, espaldas, vello, penes, dieron volumen y calidez a una escena inolvidable por su belleza, solidaria en el frío y la pena que se quedó con la ropa. La ciudad que un momento antes resaltaba sus divisiones a base de albures hirientes y falsos piropos ahora se solidarizaba en el frío y en la conciencia de que la experiencia estaba haciendo historia. Si hacía un momento la desnudez se asociaba con la ruptura de toda regla, con el desafío a un código que condenó a la mayoría de los asistentes al salario mínimo y el oprobio, ahora la piel era un punto de encuentro a pesar de que no había contacto. Entre los miles de cuerpos que temblaban, algunos conocidos se saludaron, extrañados ante la naturalidad con que descubrían la piel del otro. "Perdona que no te abrace, pero qué gustazo verte aquí", comentaron algunos, más preocupados por las consecuencias del contacto (la erección no era una opción) que por los pudores olvidados. Desde el balcón del hotel Majestic apareció una manta con la imagen de la posición a asumir: de pie, mirando hacia occidente, con los brazos a los costados. La multitud se acomodó y los intentos por llenar los huecos vacíos hicieron una ola de cuerpos que iba y venía: tres cuadros adelante, "¡no! ¡háganse pa'trás", ahora de vuelta. Las risas hicieron la escena todavía más natural. Aunque las indicaciones del fotógrafo eran inaudibles, los altavoces fueron innecesarios: la gente pasa las instrucciones de boca en boca desde el frente de las largas hileras hasta el final. Por fin, la enorme manta con la imagen de la posición a asumir desapareció y cedió su lugar a la próxima. Los aplausos y el festejo por la foto lograda duraron poco: la gente era conciente de que el cielo se iluminaba cada vez más y se apresuró a acostarse sobre el suelo, a pesar del polvo que desmintió la versión que corrió entre los asistentes de que el gobierno de la Ciudad había trapeado a conciencia. Los pies hacia el asta bandera, en el centro de la plaza, y la mirada en el cielo, enmarcada por Palacio, los edificios de la alcaldía y las cruces de Catedral, 18 mil desnudos reflexionaban y se descubrían aceptando su cuerpo y los ajenos. Lo que hasta hace menos de una hora era tabú ahora era un instrumento de gozo. Los placeres adquiridos no fueron sexuales (a los pocos que sufrieron erecciones se les conminó entre risas a controlarse). Lo conquistado por la gente fue más bien la consciencia del aire y de la libertad que da la pérdida del pudor. La segunda tarea estaba cumplida. La tercera posición llamaría sin duda a las risas: en posición fetal, boca abajo y la cara gacha. Entre acomodos y cambios de dirección, la multitud hizo gala del anticlericalismo de muchos en la Ciudad de México. Con el culo hacia la Catedral nació la consigna: "¡Norberto Ribera [cardenal de la Ciudad], el pueblo se te encuera!". Las bromas dejaron la violencia junto con la ropa y buscaban la risa general: "Al que se ría me le trepo", dijo alguien, llamando a las carcajadas. Sin saber cómo, llegado el momento la gente supo que la foto estaba tomada y había que ir a la calle 20 de Noviembre, a la segunda serie de instantáneas. Caminando hacia la gran avenida que muere en el Zócalo de la ciudad, los asistentes conversaban y se saludaban. La escena, para los que no quedaron al frente o en la retaguardia y, por tanto, no escucharon las instrucciones, fue casi cotidiana –como si en un cuadro mil veces visto hubiera cambiado un detalle imperceptible que lo trastoca todo–: la gente platicaba en varios grupos, las parejas iban de la mano, una chica embarazada abrazaba a su marido y dos chicos muy jóvenes se daban un tímido beso. Era un domingo cualquiera en el centro histórico de la Ciudad de México y así lo vivía la gente. Pero la gente iba desnuda. La única diferencia con la escena original era que ahora esas 18 mil personas sabían que cuando todos van desnudos la timidez es una tontería. Sabían que habían conquistado un placer desconocido y que nadie les podría robar como les habían robado casi todo lo demás. Sabían que a pesar de los vaticinios fatalistas –"la raza nomás va a armar un desmadre"– los habitantes de la ciudad mostraron su madurez y progresismo. Y por eso, esas 18 mil personas podían recargarse en la pared de la tienda departamental de la esquina y decir con toda naturalidad: "qué bueno que no llovió". El machismo recuperado y la ciudad transformada Los aplausos al saber que la segunda serie de fotos estaba tomada marcaron el final del evento para los hombres –las mujeres debieron ir a Palacio Nacional a tomar una última serie de fotografías. Los comentarios fueron unánimes: "hicimos historia, mano"; "encuerado, la vida es más sabrosa"; "hasta el frío se me olvidó". Sólo la ropa rompería el encanto. Ahora vestidos y conscientes de que las demás estaban desnudas, cientos de hombres corrieron hacia donde se tomaba la fotografía de las mujeres. De pronto apareció una cadena humana que bordeaba a las que seguían desnudas y detuvo a los que con la ropa recuperaron el machismo y la noción del cuerpo femenino como objeto a dominar. Entre las mujeres, mientras tanto, sobre el miedo crecieron cierta conciencia y solidaridad de género. Algunas consignas celebraban la despenalización del aborto (aprobada por el congreso local unos días antes) y otras descubrieron en lo femenino del grupo la fortaleza que les permitió enfrentar a los hombres que las miraban desde lejos (de nuevo el desdén, de nuevo el albur, de nuevo el "ay, mamacita"). Fue esa fuerza la que construyó una de las imágenes más bellas de la mañana e impidió que hubiera incidentes: desafiando a los que hasta hace segundos les gritaban, miles de mujeres avanzaron sin titubear por la plancha del Zócalo, manteniendo a raya manos y miradas, y recuperaron su ropa. El evento terminó entonces: Tunick tenía sus instantáneas, el sol asomaba sobre el Palacio Nacional. 18 mil sonrisas satisfechas caminaron hacia el metro, hacia los estacionamientos, hacia la rutina de la que por un momento escaparon. Tras de sí dejaron el Zócalo que despertaba y una experiencia inolvidable que ha dejado su huella en la ciudad: a pesar de las recaídas en el machismo y de los pudores retomados, esos 18 mil saben que no verán el cuerpo –ni el propio ni el de otros y otras– de la misma forma, y que, quizás, la ciudad se contagió y se hizo un poco más libre. Fueron cinco horas de evento, pero la lección y la belleza que nacieron en ese tiempo difícilmente serán borradas. tambien se gritaba:Enviado por gab en 26/12/2007 16:14 Toda la crónica está muy bien, nada más que se te olvida que cuando ibamos hacia 20 de noviembre empezamos a gritar: "voto por voto, casilla por casilla" Favor de no olvidar esos datos, ya que son registros importantes de las reacciones del pueblo ante las imposisiones de los gobernantes, en los registros de la historia es muy difícil encontrarnos con las cosas que el pueblo pensaba, decia y cuales eran sus divertimentos, siempre se documentan de manerra muy general, cómo si los paises estuvieran conformados por masas homogeneas, como si cada grupo social fuera igual. http://www.youtube.com/watch?v=fvSrXqEoY3s |
miércoles, diciembre 26, 2007
A SIETE MESES DEL "ZÓCALO DESNUDO"
Efectivamente, las cosas importantes se dirimen en el Zócalo y la urgencia de manifestarse como entes políticos y sociales también....
Otra crónica sobre la foto tomada por Tunick en mayo de 2007
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